Hay un famoso dicho norteamericano que sostiene que, si ves a un hombre rubio corriendo, está haciendo footing, pero si ves a un hombre negro corriendo, seguro que está escapando luego de haber delinquido.
Sin politizar ni hacer hincapié a la localidad donde presta servicios la policía que asesinó a Lucas, las fuerzas de seguridad seleccionan y construyen sospechosos basándose principalmente en estereotipos formados a partir de sus características físicas: hombre joven, de tez trigueña, tatuajes, ropa deportiva, gorra, etc.
Una vez ubicado el individuo que responde a estas características, la construcción de la sospecha se acentúa basándose en parámetros aún más irrisorios: que mira hacia los costados, que camina apresurado, que luce nervioso… ¡Actitud que adopta cualquier ciudadano que transita de a pie por la ciudad de Buenos Aires!
El poder punitivo criminaliza seleccionando, por regla general, a las personas que encuadran en los estereotipos criminales y esta opereta estatal empieza por las agencias del orden.
La justicia debe ser implacable con los asesinos de Lucas, y hoy más que nunca refuerzan su vigencia las palabras de Don José de San Martín: “La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados, que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares. La Patria no es abrigadora de crímenes.” (Código de Honor del Ejército de los Andes, Cuartel General de Mendoza, 4 de septiembre de 1816).