Todo lo que uno compra en pesos con tarjeta de crédito y en cuotas, es abonado al productor en dólares, divisa que sale del BCRA. Electrónicos, maquinarias, viajes al exterior y demás.
A manera de ejemplo, supongamos que uno compra unos auriculares de U$S120 pero en pesos y en doce cuotas. La primer cuota a abonar será en pesos por un valor equivalente a U$S10 (una doceava parte de los U$S120).
La constante devaluación del peso de seguro llevará a que, con el valor en pesos de la segunda cuota, el consumidor no pueda comprar U$S10, sino un monto aproximado de U$S8.
Quizás la tercera cuota represente un total de U$S6 y así sucesivamente, hasta que parezca estar abonando “nada” por el producto escogido.
Esa devaluación constante del peso y ese poco sinceramiento del dólar oficial, que no puede seguir a $100 cuando el blue ronda los $200, no es por culpa del consumidor que decide financiar en cuotas los productos que adquiere.
Se trata de un desfasaje económico de entera y absoluta responsabilidad del Estado, que no encuentra el camino para ponerle un freno a la continua devaluación.
El Estado no subsidia las compras pesificadas, pues de ninguna manera puede achacarse al titular de una tarjeta de crédito el hecho de que el peso se deprecie a cada instante.
El lobo siempre será malo si solo escuchamos a Caperucita.